-!La cirugía fue todo un éxito¡-, dijo eufóricamente el doctor Nietzsche. -!Hemos logrado remover el órgano de la fe. Por su cuerpo ya no segregará más la bilis de la mala conciencia!
Algunas horas más tarde, Kahal estaba todavía adormecido por la anestesia de la embriagante lectura de Zaratustra, cuando irrumpió una mujer pagana: -¡Buen día hermano! ¿desea usted qué nos unamos en oración para pedir por su pronta recuperación?-. Sólo elevando la salud al Olimpo a Kahal se le permitió reconocer la vida como el gran experimento fisiológico consigo mismo. Al igual que Nietzsche éste comprendió la vida como un proceso de inoculación tóxica que deviene muerte.
Así, al salir del hospital se inscribió en un club de ascétas que, por medio de giros acrobáticos, rebotan insolentemente por las gastadas alfombras de este mundo percudido, buscando encontrar refugio en el domo de alguna unidad habitacional desolada.