Después de leer que Platón dijo que el precio de desentenderse de la política es ser gobernados por una horda de imbéciles, Nietzsche cerró el libro, se zurró sobre él y le prendió fuego; los gigantes se acercaron, rodearon la fogata y celebraron. El Festín había comenzado, cuando llegaron los pequeños hombres, mediocres todos ellos a interrumpir con llantos y lamentos; más uno de ellos manifestó su deseo por aprender de los mejores… Y el gigante reconoció con que ligereza es posible fustigar al hombre, haciéndolo renunciar a su comodidad y accedió a dialogar con él…